Autorretrato feminista

Hace unas semanas y durante 5 domingos tuve la oportunidad de participar en el taller de Autorretrato Feminista impartido por Ester Montenegro en el espacio fotográfico de Sales de Plata.
Una experiencia totalmente recomendable en una ambiente cálido con un objetivo, en mi caso, terapéutico y de reivindicación de lo que soy, con mis atributos que se escapan a lo que puede considerarse la normatividad.
Si existe una palabra que define quién soy y quién he sido a lo largo de esta vida, sobretodo al empezar el instituto cuando la realidad de lo diminuta que soy, el bombardeo hormonal y la crítica de variopintos orígenes, esa palabra es vergüenza. Vergüenza a hablar (y creo que por ello hago fotos), vergüenza a describir narrativas con ellas, a contar historias porque las historias muestran mucho de uno mismo de manera muy explícita.
He hecho un repaso a los autorretratos a lo largo de mi trayectoria (desde 2010 ya) y si veo una constante, es la tendencia a la ocultación, a taparme la cara: el pelo, de espaldas, la distorsión, los espejos.

Del taller parte un objetivo, una palabra. En mi caso exposición, y también narrativa.

He tratado a lo largo de estas imágenes mostrar una progresión de lo que he sido a lo que quiero ser. De ser humano híbrido mitad carne mitad cámara a tener cuerpo y cara, mi cuerpo y mi cara, mi vello corporal.

Recuerdo que hace unos años, un novio mío que por aquel entonces recreaba de manera magistral obras de arte (Hopper, Degas…), me propuso que hiciéramos una adaptación del Violín De Ingres. Y recuerdo que me retocó la espalda, y recuerdo que yo lo agradecí.
Y ahora reflexionando pienso, ¿de dónde ha salido tan poco amor propio?

En este taller me he abierto las tripas. Me manché las manos, y así comienza.

La penúltima foto engancha a modo de paisaje estelar o semejanza del cíclico con una imagen de la British Library, una gozada navegar entre los archivos. 

 

 

 

 

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