12 de Junio, 2017

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En los últimos meses he estado viajando por la periferia de Madrid,  incluso en localidades que dejan de ser Madrid Capital. Chinchón, Aranjuez y finalmente en urbanizaciones a medio-construir, lo que creo que es más relevante como testimonio (no sólo de lo obvio y en lo que no voy a entrar) sino de  un estado de ánimo. Si en los dos primeros lugares utilicé, más que nada, diapositiva y naturalismo, cuando acudo a «El Cañaveral»,  hago la gazapada de utilizar mis gafas de sol como filtro (de base un Kodak Portra 400), con un resultado similar al  de una cámara de juguete manejada por adultos encorbatados. La atmósfera de las imágenes, subrayando lo involuntario de la merma de calidad, dota a las mismas de una carga árida y sofocante, como un mal sueño. Fui a desahogarme a una ciudad fantasma y, al borde de la asfixia,  condujimos para ver como los aviones remontaban las viviendas familiares deshumanizadas.

Pasó algo muy malo en la vida, bueno, realmente no en mi vida. En la muerte de otro.

 

PD: Con el blanco y negro me mantengo fiel a Ilford HP5+. La inercia del paisaje y la certeza de que estoy ante un abismo de distancia con el mismo (así como la patológica fijación con las líneas rectas), me animaron a utilizar un objetivo 100mm en la Nikon F80.

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