
19 Feb Al faro
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[…]Había llegado a la Q. Muy pocas personas en Inglaterra legan alguna vez a la Q. […] Pero, ¿y después de la Q? ¿Qué viene después? Después de la Q hay una serie de letras y la última de ellas apenas es visible para los ojos de los mortales, sino que brilla rojiza en la distancia. Solo un hombre de cada generación llegaba a la Z. Aun así, si pudiera llegar a la R, ya habría conseguido algo. Al menos había llegado a la Q. Se afianzó la Q. La Q ya la tenía. Podía demostrar la Q. Y, si la Q es la Q, entonces la R… Vació la pipa con dos o tres sonoros golpes propinados contra el asa en forma de cuerno de carnero de la maceta y prosiguió: Entonces la R… hizo acopio de ánimos y apretó los puros.
En su ayuda acudieron una serie de cualidades, como la perseverancia, la justicia, la prudencia, el entusiasmo y la habilididad, que habrían salvado a la tripulación de un navío en medio de un mar embravecido y sin ma´s recursos que seis galletas de barco y una botella de agua. Entonces la R… ¿qué es la R?
Una persiana, como el párpado coriáceo de un lagarto, se interpuso ante la intensidad de su mirada y oscureció la letra R. En ese instante de ofuscación oyó a la gente decir que había fracaso, que la R estaba fuera de sus posibilidades. Nunca llegaría a la letra R. A por la R otra vez. La R…
[…]Le dominaron sentimientos que no habrían deshonrado a un líder que, ahora que empieza a caer la nieve la cima de la montaña se va cubriendo de niebla, comprende que más le vale tumbarse en el suelo y morir antes de que ameanezca, sus ojos empalidecieron y le dotaron de esa apariencia blanquecina propia de la vejez marchita. Sin embargo, no moriría tumbado: buscaría un pescaso y allí, plantándole cara la tormenta, tratando hasta el último momento de atravesar la oscuridad con la mirada, moriría de pie. Nunca llegaría a la R.
Se quedó inmóvil junto a la maceta rebosante de geranios. Al fin y al cabo, se preguntó ¿cuántos hombres de los miles de millones que hay en el mundo llegan a la Z? Sin duda, un líder podría preguntárselo al comprender que no quedan esperanzas y responder sin traicionar al resto de los expedicionarios: Uno, tal vez. Uno en toda una generación. ¿Acaso puede culpársele de no ser ese uno, siempre que se aya esforzado honradamente y haya dado lo mejor de sí hasta que no tuviese nada que ofrecer? ¿Y cuánto durará su fama? Incuso a un héroe moribundo puede permitírsele que se pregunte antes de morir qué dirá de él la posteridad. Su fama durará tal vez dos mil años. Y¿qué son dos mil años?, se preguntó irónicamente el señor Ramsay con la mirada fija en el seto. ¿Qué son, en realidad, si se contemplan desde la desolada cima de los siglos?Cualquier piedra que golpeemos con la bota durará más que Shakespeare. Su propia luz brillaría tenuemente uno o dos años más y luego sería absorbida por otra luz mayor, y esa por otra aún mayor. ¿Quién podría culpar al líder de esa expedición sin esperanza, que después de todo ha llegado lo bastante lejos como para contemplar la desolación de los siglos y ha asistido a la extinción de las estrellas si, antes de que la muerte entumezca sus miembros hasta privarlos de movimiento, se lleva los dedos adormecidos a la frente y saca pecho para que cuando llegue la expedición de rescate lo encuentren muerto en su puesto como un buen soldado? El señor Ramsay sacó pecho y se puso firmes junto a la maceta.
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